Año 2, Número 4, julio-diciembre 2021
La interacción intercultural: negociación sociodiscursiva entre hablantes de lenguas culturas diferentes.
Por Dr. Oscar G. Chanona
Resumen
El presente trabajo discute el tema de la interacción intercultural y cómo se constituye de elementos discursivos, simbólicos y socioculturales. En un afán de conseguir una mejor comprensión del intercambio, se describe primero desde su conceptualización más general; y luego hacemos una distinción en lo que concierne a sus rasgos que la definen como una interacción intracultural o intercultural. Nuestra aproximación a la interacción es desde una dimensión de evento social, y no una descripción del mecanismo de su funcionamiento. Por lo tanto, igualmente la relacionamos con la negociación desde una perspectiva de los sentidos, de las imágenes y de las identidades. Algunos ejemplos sociolingüísticos ilustran puntos de la interacción intercultural misma que se caracteriza actualmente por la convergencia del uso de dos o más lenguas; y de dos o más sistemas simbólicos culturales de los hablantes que en ella participan.
Palabras clave: Interacción – interculturalidad - discurso – negociación – aspectos socioculturales.
Abstract
This paper discusses the issue of intercultural interaction and how it is made up of discursive, symbolic and sociocultural elements. In an attempt of getting a better understanding of the exchange, it is first described from its most general conceptualization; and then we make a distinction regarding its features that define it as an intracultural or intercultural interaction. Our approach to the interaction it is from a social event dimension, and not a description of the functioning of its mechanism. Therefore, we also relate it with the negotiation from the perspective of the senses, images and identities. Some sociolinguistic examples illustrate aspects of the intercultural interaction which is currently characterized by the convergence of the use of two or more languages; and two or more speakers’ cultural symbolic systems who participate in it.
Ilustración: Edwin Monreal Alemán |
En la actualidad, los flujos migratorios y la ola globalizadora –que opera principalmente por los medios de comunicación y la tecnología- han acelerado el ritmo de contacto entre individuos de diversas lenguas y culturas. En un mundo donde las personas están cada vez más dispuestas a descubrir otros horizontes y otras culturas, la interacción entre personas con características culturales y lingüísticas diversas, es cada vez más común. No obstante, la interacción es una acción social que ha existido anteriormente a estas circunstancias; y no ha sido un intercambio carente de tensión, incluso entre personas de una misma cultura; por lo que, el encuentro entre sujetos de culturas distintas es un evento todavía más complejo. Esta complejidad de la interacción –intra e intercultural- proviene del hecho de que cada individuo está influido por un bagaje sociocultural y sociolingüístico que tiene internalizado; y que funcionan como filtros por los cuales el individuo percibe y expresa elementos del entorno en el que se ha desarrollado. Así, los objetos, los paisajes, las acciones, los comportamientos y las palabras que rodean a cada uno de nosotros, tienen una significación específica que se plasma en las interacciones en las cuales intervenimos. Luego entonces, nuestra manera de interactuar con otras personas, refleja lo que somos, sentimos y pensamos lo cual se transmite en el discurso que construimos. Es por ello que centrar la atención en el evento de la interacción es relevante.
La interacción social.
De acuerdo con Marc y Picard (1992), el concepto no es objeto de una definición única sino, por el contrario, presenta una polisemia porque designa a veces un proceso de intercambio; en otras ocasiones un objeto en sí mismo; o, en algunos momentos, un punto de vista para aprehender los fenómenos relacionales. Por su parte, Bandura (1987) define la interacción como un proceso de acción recíproca, en el cual el comportamiento, cognición y otros factores personales, operan juntos como determinantes unos de otros. Es por medio de la interacción con los demás, mediada por el intercambio discursivo que el individuo se construye socialmente. Al respecto, en términos de López (2008), este intercambio puede ocurrir a través de interacciones cara a cara en las cuales hay un contacto directo entre los participantes; o por relaciones mediadas por ciertos dispositivos tecnológicos. Independientemente de la modalidad que pueda tomar, en la interacción encontramos la presencia de la lengua –entendida aquí como discurso- y de la cultura con sus respectivos componentes. Ahora bien, no son los componentes discursivos en sí lo que ahora nos interesa resaltar en su funcionamiento, sino más bien ese trasfondo social y cultural que se hace presente en cada intercambio.
Así, entendemos que la interacción es esencialmente un evento de socialización en el que las acciones y los comportamientos son verificados, negociados; y, a veces, modificados. En cada evento interactivo, un individuo manifiesta rasgos de su identidad la cual presenta en sí una multiplicidad de características por lo que más de un aspecto de ella puede emerger y negociarse en cualquier intercambio. En términos de Stryker y Statham (1985) en el ámbito de la negociación, cada persona interactúa de manera flexible, y cuando siente que ciertos significados no son apropiados para el rol que desea legitimar en ese evento, entonces es capaz de recurrir a su habilidad negociadora.
En toda interacción, cada participante ofrece un tipo específico de información y los sujetos pueden –intencionalmente o no- enviar mensajes acerca de cómo ellos quieren que su interlocutor lo perciba. Así, aspectos de la identidad del individuo son revelados y reconocidos en el intercambio a través de la presentación de ‘la cara’ la cual entendemos aquí en los términos en que Tracy (1990) la describe y que se refiere “a la identidad socialmente establecida que la gente asume para sí o atribuye a los otros” (p. 210). Por medio del mecanismo de protección de la cara, varios elementos de la identidad de los interlocutores son explícitamente expuestos, tácitamente adscritos o inferidos en la interacción. Entonces, igual que Goffman (1981) consideramos que la protección y conservación de la cara de los participantes, es una condición inevitable de toda interacción humana. Al respecto, Brown y Levinson (1978) afirman que “en general, la gente coopera (y asume la cooperación de ambos) en el mantenimiento de la cara durante la interacción […] esto es, actuar de modo que se asegure a (l/los) otro(s) participante(s) que el interlocutor está atento a los supuestos que involucra la cara” (p. 66). Es pues, este mecanismo de protección de la cara un elemento indisociable de toda interacción intracultural; y que ha sido ya descrito en variados trabajos como los de Brown & Levinson (1978) Lim & Bowers (1991) Cupach & Metts (1990) Schlenker (1980) Scollon & Scollon (1981) y por supuesto por Goffman (1967) a quien se le reconoce la acuñación del término. El tema se ha abordado desde muchas perspectivas e igualmente se presume que la cara está presente en las interacciones interculturales, aunque atendiendo a estrategias distintas de aquéllas que se manifiestan en los contextos intraculturales. Algunos trabajos al respecto han sido realizados, entre ellos encontramos los de Cupach (1993) Holtgraves & Yang (1990) Ting-Toomey (1988) Tracy (1990) Collier (1989) Edelmann (1990) Cushner & Brislin (1996) Spencer & Franklin (2009); pero no es nuestro propósito inventariar aquí los distintos estudios, ni tampoco profundizar en explicaciones del mecanismo de la protección de la cara en la interacción. Sino más bien, establecer ese mecanismo como un detonador de la negociación en cualquier interacción.
La negociación en la interacción
Desde el ángulo de la actividad social, podemos constatar que el ser humano aprende muy pronto a establecer procesos de negociación con los otros. Por ello, se considera que todas las actividades de la vida humana en sociedad implican siempre alguna forma de negociación. Las relaciones interpersonales, la vida familiar, la actividad económica, la política; todos estos aspectos de la vida social humana están marcados por procesos de negociación, las más de las veces de forma no consciente para los individuos. Únicamente el hecho de vivir completamente aislados del mundo nos coloca en condiciones de no negociar.
Así, la vida social es negociación. Lo hacemos desde que tenemos uso de razón y principalmente nos sirve para la resolución de conflictos, de posturas encontradas y de aspiraciones divergentes. Esta actividad está tan metida en nuestra cotidianidad que con frecuencia tendemos a no darnos cuenta de la importancia que tiene en nuestras vidas. Negociamos nuestro salario, nuestras condiciones de trabajo, las características de nuestro desempeño o el cumplimiento de nuestros objetivos profesionales. Negociamos con nuestros superiores jerárquicos, con nuestros colaboradores y con colegas. Negociamos de forma premeditada pero también de forma espontánea. Negociamos con nuestros amigos, con nuestro cónyuge, con nuestros hijos. Negociamos asuntos importantes y también aspectos triviales y cotidianos. Entonces, por supuesto que negociamos cuando interactuamos. Por ello, coincidimos con Ponti (2007) quien afirma “de alguna forma, negociar es conseguir los objetivos que nos proponemos. Por eso, la habilidad negociadora es percibida como una de las más importantes dentro de la vida social” (p. 22) dado que la convivencia social confronta los deseos y necesidades de unos y otros; enfrenta lo que los demás quieren de nosotros con lo que deseamos de ellos. Sin embargo, nos parece relevante asumir la posición que propone Stark (1995) en cuanto a ver al interlocutor sólo como “la contraparte del evento de la negociación y no como un oponente” (p. x) porque la manera específica de percibirlo define en gran medida la proyección de cada uno de los participantes en el intercambio y esto influye en los resultados del mismo.
Por lo tanto, la interacción se constituye en el mejor escenario para la negociación ya que por ella los individuos entramos en contacto. Además, la negociación se vincula con la interacción porque, de acuerdo con Ury (1993, citado en Costa-García, M. 2004) es evidente que la negociación es un “proceso de comunicación encaminado a lograr un acuerdo con otros cuando hay algunos intereses compartidos y otros opuestos” (p. 4). Por tratarse de un evento comunicativo, es sumamente importante que todo negociador adapte su forma de negociar a las circunstancias en las que se opera en un contexto determinado; y que ponga en práctica una inusitada capacidad de adaptación lingüística y comportamental ante situaciones diversas.
Así, encontramos que cualquier negociación se vincula con la claridad para exponer las ideas; con la facilidad para expresar lo que se piensa, se siente, se desea o se espera; con la percepción de la situación y del asunto a negociar; con la percepción que se tenga del otro; con los valores morales y éticos que se profesen, entre otros aspectos. Coincidimos con Costa-García (2004) en su aseveración de que “en nuestro encuentro con la otra parte se negocia y se construye todo lo que vamos a ser en la negociación. Se negocian y se construyen las identidades de ambas partes, asimismo las formas de trato, el tema, las reglas del lenguaje y del comportamiento, sobre todo se negocian y se construyen posiciones respectivas y las formas de relación (a/simetría) entre los participantes” (p. 155) lo que da como resultado una variedad de posibilidades para realizar la interacción.
Ahora bien, si muchas veces ya es difícil negociar en interacciones intraculturales, en donde generalmente se usa una sola lengua con personas de un mismo grupo, en las negociaciones interculturales el manejo de más de un código lingüístico y de más de un código simbólico, vuelve al evento muy complejo. Así, la negociación en la interacción intercultural comprende por un lado una dimensión relativa a lo lingüístico porque los participantes no siempre manejan con soltura la o las lenguas del intercambio; y, por otro lado, una dimensión de negociación de referentes porque se acude al evento con un bagaje cultural no compartido el cual sin duda determina las acciones y comportamiento de los interactantes. Luego entonces, el buen resultado de una negociación intercultural depende en gran medida de las formas en que las personas se hablan, se comportan, se escuchan y se responden. En la interacción intercultural el diálogo negociador es una comunicación interpersonal en la que están presentes las emociones, las miradas, los gestos, las posturas y los silencios, entre otros elementos que marcan su constitución. Así, la interacción es la forma de contacto y de descubrimiento mutuo entre las personas implicadas en una negociación, pertenezcan a un mismo grupo cultural o vengan de grupos culturales distintos. Es la vía para que los negociadores pongan en práctica sus estrategias discursivas mismas que condicionan los distintos momentos por los cuales se construye el evento. A través del discurso se realiza la doble función de ‘conocer al otro’ y la de ‘darse a conocer’.
El discurso de la interacción.
En cualquier evento social interactivo, los participantes transmiten, en su discurso, una serie de señales lingüísticas y de otra naturaleza que ‘dibujan’ a uno ante el otro e influyen en la validación de una determinada identidad. El discurso –verbal y no verbal- contribuye a que el locutor se haga una representación del otro, pero también es el medio que le permite al otro hacerse una representación de su contraparte. Al respecto, coincidimos con Stewart y Logan (1999) en cuanto a que:
Cada vez que entramos en contacto con alguien, algo que hacemos es mostrar una parte de nuestra identidad para y con el otro…, la mayoría de las veces también nos ocupamos de algún contenido…, pero las identidades siempre están en juego. (…) este proceso de negociar las identidades se da en todas las culturas porque en todo contacto humano, algunos de los más importantes significados que creamos en colaboración con los otros se relaciona con nuestras identidades…” (p. 136).
Entonces, cada que interactuamos con alguien, a través de nuestro discurso estamos mostrando una u otra faceta identitaria; de allí que consideremos que el discurso juega un papel determinante en el intercambio. Al respecto, concordamos con Mullholand (2003) en cuanto a que “cada vez que los hablantes hablan, proporcionan información acerca del tema que tratan; pero al, mismo tiempo revelan elementos tales como su sentido del yo, los roles que adoptan -y que esperan que los otros adopten- sus expectativas y los resultados que prevén” (p. 37). Si establecer esto es a veces complicado conseguirlo en la interacción intracultural, se vuelve más dificultoso en la interacción intercultural por la presencia de sistemas lingüísticos y simbólicos no siempre completamente internalizados por los participantes. De ahí que las habilidades pragmático-discursivas desempeñan un gran papel en este evento. Desde las más básicas que se relacionan con el discurso verbal como saber seleccionar y adaptar los elementos léxicos, sintácticos y prosódicos a la situación; hasta las más complejas como el control de las emociones; las pautas de comportamiento; la comprensión de las significaciones entre otras más que revelan la capacidad del sujeto para compartir marcos referenciales con su interlocutor.
Entonces, la capacidad de percepción tiene un papel preponderante en el evento porque la imagen que el otro construye de uno, depende en gran medida de nuestra habilidad discursiva en el intercambio. Así, el plano de la percepción, la actitud y la habilidad de escucha son claves en toda interacción, pero sobre todo en la interacción intercultural en donde muchos malentendidos son atribuibles a las pobres habilidades para escuchar. Por ello, escuchar al otro se vuelve una habilidad perceptiva relevante en el intercambio intercultural para el reconocimiento de la otredad. Escuchar con detenimiento el discurso en la interacción por un lado nos permite percibir la construcción de la propia imagen y de la imagen que el otro tiene de uno. Dicho de otro modo, delineamos las imágenes a través del discurso y con la ayuda de elementos sobre todo paralingüísticos que percibimos. Entre ellos encontramos la entonación, el timbre, el volumen, la velocidad, las pausas, la fluidez los cuales sin duda participan en la construcción de las imágenes identitarias y de los significados negociados.
Una percepción adecuada del discurso de nuestro interlocutor nos lleva a descubrir, en el intercambio, con quién estamos interactuando. Por tanto, saber producir la información discursiva es crucial, mucho más cuando el tipo de negociación involucra códigos simbólicos provenientes de culturas distintas como en la interacción intercultural en donde los participantes requieren hacer uso de estrategias específicas para explicitarlos y comprenderlos. Incluso cuando la interacción corresponde a dos variedades de una misma lengua, es necesario explicitar o clarificar los significados de nuestros mensajes porque cada que interactuamos emitimos y recibimos mensajes –como lo hace la otra parte- cuyos significados pueden dar lugar a una diversidad de interpretaciones. Especialmente al interactuar con personas cuya lengua no es la misma que la de uno, puede haber dificultades sustanciales porque podemos hacer lecturas erróneas de algunos mensajes que pueden provocar malentendidos y distorsiones en la comunicación.
Sobre todo, en la interacción intercultural porque alguna de las partes negocia en una lengua distinta a la que reconoce como materna; por lo que es posible que no entienda o no interprete bien ciertas partes del mensaje como lo haría con alguien de su mismo grupo cultural. En consecuencia, es primordial evitar caer en la trampa de suponer que, porque uno sabe lo que quiere expresar la otra parte también lo sabe. Incluso cuando los participantes en la interacción son nativo hablantes de la misma lengua puede haber malentendidos porque –aunque la lengua determine la forma individual de representarse la realidad- la interpretación de la realidad se ve determinada por habilidades específicas de los participantes.
En este sentido, enfocar en detalles y sutilezas discursivas es relevante dentro de un cuadro de interacción intercultural porque el hecho de que sean inadvertidos para alguno de los participantes pone en riesgo la comunicación en el intercambio. Por ello, coincidimos con Avila-Marcué (2008) en cuanto a que en el plano lingüístico “en contextos interculturales es necesario hacer ajustes para sintonizar en un área común a ambas partes, las cuales pueden recurrir a un ritmo lento de habla, al uso de un vocabulario simple, fácil, estándar; evitar expresiones muy coloquiales y favorecer la reformulación constante…” (p. 37). Este tipo de ajustes discursivos también los propone Stark (1995) en cuanto a la clarificación y verificación. Con respecto a la primera se trata de la formulación de preguntas para obtener precisiones de la información; y en la segunda se trata de parafrasear las palabras del interlocutor para asegurarse de que uno las comprende en el significado que el otro les atribuye. Así, cada participante debe ser suficientemente sensible para detectar los elementos significativos y determinar en qué grado y de qué manera su participación tiene que ajustarse o supeditarse a un estilo dictado por su contra parte, por las circunstancias o por convenciones sociolingüísticas.
Nos referimos aquí a elementos que constituyen el intercambio discursivo en cuanto a aspectos como el timbre, el tono, el volumen de voz, el acento, las pautas silenciosas o llenas de contenido, las alteraciones en la fluidez del lenguaje o el tartamudeo, el tiempo que la persona se tarda en dar una respuesta (reactividad) y la velocidad de vocalización (número de palabras emitidas por minuto). Por ejemplo, en interacciones interculturales, el volumen de la voz en algunas culturas puede interpretarse como enojo de la persona; o el incremento de la velocidad del discurso como muestra de impaciencia. Una voz percibida como excesivamente resabiada puede generar un efecto negativo en el intercambio. Al contrario, la voz suave puede producir un efecto de sumisión o subordinación. Las diferencias en el volumen de la voz pueden llevarnos a interpretaciones equivocadas del discurso, sobre todo cuando se trata de personas de distintas culturas. Del mismo modo, la velocidad del discurso puede provocar dificultades para entender el mensaje; sin hablar del acento que introduce una melodía distinta a la lengua que se esté usando. Entonces, es importante estar atentos al contexto de la interacción. Por una parte, al entorno espacio-temporal en donde tiene lugar el evento; y por la otra, al contexto situacional formado por los participantes, sus relaciones sociales, el tema, el propósito. Es por ello que es conveniente distinguir, aunque sea brevemente, lo que caracteriza a la interacción intracultural para comprender las particularidades de la intercultural. En la primera de ellas, centramos ahora nuestra discusión.
La interacción intracultural y sus particularidades.
De acuerdo con Meneses (2002) la forma de expresarse y comunicarse varía, de una persona a otra, incluso si ambas pertenecen a la misma cultura. Esto se debe a que cada individuo tiene una forma particular de comunicarse; sin embargo, posee referentes –lingüísticos y culturales- compartidos que ha internalizado; y eso le permite usar y entender ciertos estilos de comunicación; así como variadas estrategias para entrar en los intercambios con los demás miembros de su colectivo al cual pertenece porque se identifica con él. Entonces, cuando esto sucede, hablamos de una interacción intracultural porque los participantes comparten una gran mayoría de elementos referenciales tanto de orden lingüístico como de tipo social. Uribe (2009) establece que los miembros de un mismo colectivo comparten valores culturales, normas y comportamientos que funcionan como convenciones aceptadas por los miembros del grupo.
Entonces, cuando se trata de la interacción intracultural, por un lado, los miembros pertenecientes a un mismo grupo comparten una lengua o más precisamente una variedad de ella que han internalizado y por ello no tienen mayor dificultad para usarla y comprenderla. Tal vez alguna negociación de significado se pueda dar en función de los sociolectos o génerolectos que conforman tal variedad de la lengua, pero al formar parte de una misma comunidad de habla, los individuos no tienen mayores problemas para entenderse. Por otro lado, comparten igualmente otro tipo de convenciones que provienen de la cultura dentro de la cual han crecido y tampoco les representa conflicto alguno para ceñirse a ellas al momento de la interacción, ni para interpretarlas en lo que respecta a su interlocutor. De manera resumida, este tipo de convenciones tienen que ver con lo siguiente:
Estos elementos no están escritos en ninguna parte, pero son reglas que los integrantes de un mismo colectivo cultural ponen en práctica cuando entran en interacción. Aunado a esto, también comparten los elementos socioculturales que Moran (2001) establece como artefactos, prácticas y significaciones.
Así, todo este cúmulo de conocimientos que poseen los hablantes constituyen sus referentes lingüísticos que son compartidos entre ellos y activados cuando entran en la interacción la cual se denomina intracultural porque se asume que el evento se inscribe dentro de un mismo grupo cultural. Ahora bien, cuando los hablantes que poseen distintos sistemas lingüísticos y culturales se encuentran ante la necesidad de comunicarse, es allí que el intercambio toma otras características y se considera de tipo intercultural. Sobre este punto centramos ahora nuestra exposición.
La interacción intercultural.
En la actualidad –y contrariamente a lo que se esperaba- la ola globalizadora ha acentuado la interculturalidad por lo que es de gran relevancia redimensionar la relación entre las culturas, las lenguas, las prácticas sociales y las identidades. Asistimos hoy en día a una apropiación de nuevos códigos, pero sin perder aquellos que previamente teníamos adquiridos. Por ello, todo individuo que se ve inmerso dentro de una situación de interculturalidad cuenta con más de un sistema simbólico (o cultural) para interpretar su realidad así como con más de un sistema lingüístico para expresarse dentro de una práctica social específica o dentro del evento de la interacción.
Dentro de los contextos marcados por la interculturalidad, los diferentes recursos culturales, simbólicos y lingüísticos pueden utilizarse y alternarse en distintos momentos, dependiendo de las circunstancias y por supuesto de las afiliaciones sociales de los sujetos. En las interacciones interculturales, se hace uso de los distintos recursos culturales incorporados lo cual puede sintetizarse en el siguiente esquema (ver esquema 1) que está inspirado en una propuesta hecha por Holliday, A. (2004) y que nosotros (Chanona, 2011) habíamos ya adaptado para nuestros fines en otro estudio enfocado en la interacción.
Según nuestra conceptualización, el individuo que participa en una interacción intercultural se mueve entre dos ejes, el de una cultura considerada como la materna por él mismo; y el eje de otra(s) cultura(s) que está internalizando en función de sus circunstancias dentro de un contexto de diversidad cultural y lingüística de donde rescata recursos simbólicos necesarios para, por una parte, presentarse ante el otro y para expresar su percepción y su interpretación del mundo; y por la otra, contar con los elementos que requiere para construir su propia percepción del otro y de su manera de interpretar el mundo. Es el escenario de la interacción intercultural, en donde se manifiestan los elementos sociodiscursivos para la negociación porque el individuo tiene que ir a buscar en sus fondos de recursos los referentes precisos para expresarse a través de una de las lenguas que maneja o que el contexto le requiera. En sus decisiones de elección y uso de los recursos, permean las afiliaciones sociales que toda persona posee en virtud de que estas lo adhieren a las colectividades o comunidades de práctica que se forman en su contexto; y que sirven para orientar al individuo a situarse con respecto al otro.
Por un lado, la lengua considerada por el mismo individuo como su lengua materna, le aporta en sí la riqueza de los primeros conocimientos y le permite la expresión de una faceta de su identidad; por ella se expresan elementos incorporados en un periodo de su devenir; lo que la sitúa como un primer conducto para la adquisición del primer capital cultural en vastas acumulaciones de significado y experiencias que pueden preservarse a través del tiempo. Por otro lado, es esa misma lengua que le permite la mejor transmisión de imágenes y retóricas internalizadas para ser utilizadas en un nuevo contexto de socialización. Sin embargo, no siempre puede expresarse en ella y eso lo lleva a obtener recursos en el otro sistema lingüístico que también ha incorporado.
En un nuevo contexto de socialización, el individuo sigue acumulando componentes culturales que hacen que su capital cultural se amplíe. Estos nuevos elementos se adicionan a los que ya tenía y reconfiguran su banco de recursos de donde puede obtener las unidades necesarias para participar en una interacción intercultural. Así, los individuos participan día a día en interacciones interculturales y se relacionan con el mundo que les rodea. Además, se posicionan en el mundo actual, en un mundo de significados compartidos en donde se establecen estructuras relacionales con individuos de otros grupos.
Es justo el momento del contacto con personas de otros colectivos sociales, con cultura y lengua diferentes, cuando el sujeto pone en práctica sus habilidades pragmático-discursivas de interculturalidad, para mostrar quién es y que los otros lo legitimen como tal.
Al respecto, nos parece pertinente la teoría de la negociación de la imagen que desarrolla Ting-Toomey (1997) porque destaca la influencia de la cultura sobre los significados de la imagen (face) y sus tácticas de negociación (face work). Por ello, toda interacción intercultural pasa por una negociación de la imagen, es decir, de las representaciones de sí y de las representaciones con respecto al otro; y el diálogo se apoya en el ensayo-error debido a que los participantes tienen ciertos titubeos e imprecisiones con respecto a los símbolos, las reglas y las normas socio-culturales del otro. Esto permite a los participantes, según Collier (1989) “acordar, aparte del comportamiento competente para ambos, las identidades que están siendo adoptadas” (p. 297) porque en un esfuerzo por validar la identidad del interlocutor, se puede recurrir a informaciones erróneas que el otro podría encontrar ofensivas. Enredado en sus propias conceptualizaciones, el sujeto puede caer fácilmente en las trampas de la ‘otredad’ y entorpecer el desarrollo de la interacción. Coincidiendo con Holliday (2004) consideramos que el mayor riesgo de la otredad en la interacción intercultural radica en “reducir al otro a una condición distinta de lo que en realidad es” (p. 24). Un riesgo siempre latente porque las personas pueden crear estereotipos y prejuicios que llevan a imaginar que algo es real cuando no lo es, con relación al mundo del otro. Así, se categoriza y se decide lo que el otro es o no es, antes de conocerlo como individuo; y esto se puede ver aplicado en distintos niveles que abarcan aspectos de la cultura, de la religión, de la política, de la clase social y del género; elementos que están presentes en la interacción intercultural y con frecuencia redimensionados.
Entonces, los interactantes deben estar alertas a los malos entendidos que se pueden crear en virtud de representaciones erróneas producidas por las imágenes recibidas, en particular de los medios de comunicación, las cuales son creativamente manipuladas. Estas imágenes son acompañadas de un discurso que corresponde a un modo de hablar y de pensar acerca del otro; lo cual en la mayoría de los casos se transforma en un discurso natural que se extiende hacia el resto de la gente, sin que se esté en condiciones de percibir tal manipulación
La dimensión sociolingüística de la interacción intercultural.
Indiscutiblemente, las relaciones interculturales son hoy en día cada vez más comunes; y la multiplicidad de la identidad más extensa y evidente sobre todo en contextos urbanos que concentran gran cantidad de migrantes; pero la interacción intercultural también puede presentarse en otros puntos geográficos en donde las personas con lenguas y culturas diversas entran en contacto, como es el caso de muchas de las comunidades indígenas. En tales espacios, las identidades también están constantemente modificándose porque los individuos, para relacionarse, retiran sus recursos de diferentes fondos lingüísticos y culturales; y sus competencias son producto de complicados cruces de códigos. Sobre esta cuestión coincidimos con Hall (1997) quien afirma que “los individuos de grupos en contextos interculturales se ven obligados a negociar con las culturas con las que conviven, sin ser totalmente asimilados por ellas y sin perder completamente sus identidades previas” (p. 38). Al respecto, Trueba (2001) considera que en estos contextos interculturales, la mayoría de personas desarrolla nuevas competencias porque “las personas que tienen el dominio de varios idiomas tienen la capacidad de cruzar las fronteras étnicas, capacidad de cambiar de códigos, capacidad de adaptarse y modificar de forma rápida las definiciones de ellos mismos y de los otros” (p. 37). Estos procesos de modificación de sus formas de vida son descritos por Martínez-Casas (2007) como procesos de resignificación “lo que implica el establecimiento de nuevas relaciones de etnicidad” (p. 58) mismas que se plasman en la interacción intercultural.
Así, en términos de Moll et al (2005) los cuales nos parecen muy pertinentes, en cada interacción intercultural en la que participan, los individuos se ven ante la situación de buscar en sus fondos de conocimientos los recursos y las estrategias para negociar el propósito específico del intercambio. En cada evento interactivo los sujetos hacen movimientos que organizamos en dos ejes (Chanona, 2011). En uno de ellos se buscan los elementos simbólicos de un primer sistema (SS1) y en el otro, los símbolos que se reconocen de otro(s) sistema(s) (SS2); a la vez que en el sistema lingüístico buscan los términos que les permitan la expresión apropiada de sus ideas. Esta búsqueda también se realiza sobre ejes, en donde uno de ellos corresponde a lo que el individuo considera su sistema lingüístico materno (SL1); y el otro a un sistema lingüístico agregado que conocen y manejan (SL2) (ver esquema 2). Por medio de destrezas reflejadas en el plano pragmático-discursivo, los sujetos dan muestra de la aprehensión y manejo de más de un código simbólico, de una competencia comunicativa y del dominio de otros sistemas lingüísticos que les permiten la negociación de los sentidos, las significaciones y de las identidades para conseguir el propósito de la interacción intercultural. A cada momento de la interacción, la manifestación de las identidades necesita (re) confirmarse porque estamos frente a un proceso dinámico (de ahí el espiral del esquema).
Así, el individuo que se encuentra en estas condiciones tiene que recurrir a los significados de los sistemas que maneja para encontrar allí los elementos que requiere la construcción de un marco de referencia compartido con su interlocutor. Coincidiendo con Da Moita (2003) consideramos que es este conjunto de herramientas lo que permite a los interactantes la creación y la comprensión de los discursos actuales. Así, las nuevas generaciones no ven ningún conflicto en mantener sus símbolos étnicos y al mismo tiempo aceptar elementos de otras culturas; así como llegar a dominar nuevos idiomas.
Igual que ocurre en los cuadros de bilingüismo, es importante aclarar que en la práctica socio-discursiva intercultural, el individuo no exhibe acciones y comportamientos consistentes al hacer uso de los distintos sistemas simbólicos y lingüísticos que maneja. Concordamos con Machado-Maher (2007) en su afirmación de que “la tendencia hacia uno u otro depende del tópico, de la modalidad, del género discursivo, de las necesidades impuestas por su historia personal y por las exigencias de su comunidad. La persona es capaz de desempeñarse mejor en una lengua que en otra o en un sistema simbólico que en otro, dependiendo de la complejidad de las prácticas comunicativas” (p. 73) lo que nos lleva a afirmar que las destrezas o habilidades comunicativas tampoco son estáticas ni equilibradas porque a medida que las exigencias del contexto comunicativo cambian, las configuraciones de los repertorios también se modifican. Además, los sistemas lingüísticos y culturales que están en contacto son siempre porosos, en mutación y en constante influencia recíproca (Chanona, 2011) y todo individuo que vive dentro de un marco de interculturalidad no hace sistemáticamente un uso equilibrado de tales recursos al momento de participar en la interacción por ello se crea un espacio movible que tiende a ir, en función de la práctica social de que se trate, hacia alguno de los sistemas en uso (ver esquema 3).
Así, coincidiendo con Sahlins (1993), consideramos que asistimos a un proceso de transformación a gran escala, a “la formación de un sistema mundial de culturas, una cultura de culturas, en el sentido de que personas de todas partes del mundo, desde la selva amazónica hasta las islas de la Melanesia, en un contacto cada vez más intenso con el mundo externo, elaboran ideas sobre los rasgos de sus propias lenguas y culturas” (p. 19). En la actualidad –gracias a la tecnología y a los medios de comunicación el contacto intercultural marca las relaciones entre los individuos. En cualquier parte de nuestro planeta las prácticas sociales no son fijas y esto propicia que los sujetos tomen sus recursos de diferentes sistemas culturales y que se expresen igualmente a través del uso de más de un sistema lingüístico porque los actuales intercambios interculturales, producto de complejos cruces, son cada vez más comunes en un mundo globalizado, por lo que, concordamos con Trueba (2001) en cuanto a que, siempre que estamos frente a prácticas sociales interculturales encontramos en ellas individuos “que aprenden estilos comunicativos y patrones interactivos diferentes y que encajan en grupos distintos sin penalizaciones. No existe una grave disfuncionalidad psicológica ni conflicto cultural en su interacción diaria con otros grupos. Cambiar de códigos y asumir identidades negociadas les viene de forma natural y les permite funcionar en distintos entornos” (p. 21).
Conclusión
Irónicamente la globalización no ha traído consigo la total homogeneidad esperada de los modos de vida; al contrario, los individuos ahora son más conscientes conservar sus rasgos originales; y de adaptar sus estrategias que les permiten relacionarse con otros en las prácticas sociales actuales. Porque ni la cultura ni la lengua son estructuras inamovibles que encierren a los grupos en cajones estáticos e invisibles, los sujetos pueden internalizar diversos sistemas de significación y de expresión los cuales siempre se adaptan a las necesidades de los seres humanos. Entonces, si el mundo actual se despliega cada vez más en un abanico de posibilidades culturales y lingüísticas al cual se tiene acceso por distintas vías, las personas se ven con mayor frecuencia inmersos en contactos interculturales; por lo que las prácticas sociales se construyen con mayor frecuencia como un mosaico de sistemas simbólicos y lingüísticos que permiten a los sujetos la producción de nuevos discursos y nuevas formas de relacionarse con los otros.
Además, con cada cambio generacional las habilidades de las personas van modificándose y con mayor frecuencia nos encontramos ante individuos con destrezas pragmáticas muy desarrolladas que les permiten cruzar de un sistema simbólico a otro así como de un sistema lingüístico a otro, para establecer relaciones con personas distintas a los miembros de su colectivo de origen. En los tiempos actuales, el intercambio intercultural constituye uno de los rasgos esenciales del contacto entre las diversas colectividades. Esto tiene un impacto en las prácticas sociales de los grupos. Así, inmersos dentro de un marco de interculturalidad, los individuos se ven activamente involucrados en procesos de reestructuración constante de su praxis lo que conlleva una resignificación de símbolos que negocian en la interacción. Estas condiciones actuales tan particulares refuerzan la interdependencia entre práctica social y discurso, por lo que el cambio en una implica repercusiones en el otro. Resultado de las habilidades que hoy en día muchos poseen para participar en este mundo moderno, El hecho de adoptar nuevos símbolos, corresponde a la aprehensión de referentes que se traducen en la expansión de los marcos cognitivos; lo que nos pone en condiciones de interacción con otros hablantes de distintas lenguas y culturas. En los intercambios que sostenemos con otros individuos se suscita la oscilación intercultural en la que nos desenvolvemos.
foto de: Leonardo Herrera González |
Referencias
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