Año 3, Número 6, julio-diciembre 2022

 

La efímera vida de Raquel

 

Por Dafne Marian Martínez Romero

Psicología UNAM


Foto: Leonardo Herrera González

Todo comienza en la noche fría y sola, por la avenida sucia, asimismo nauseabunda después de un día aparatoso de uso. De las sombras comienzan a surgir aquellas mujeres que destinan tiempo para ofertar trabajos sexuales a los monstruos que durante el día son hombres de moral intachable, esposos y padres de familia.

Las mujeres más peculiares que resaltan por no tener clientes son las de mayor edad. Entre ellas, te encuentras sentada en la fuente de alguna pequeña plaza del centro histórico. En tu mente se evocan destellos de recuerdos sobre lo que ha sido tu vida. Te preguntas: ¿Cómo comenzó todo? Te empiezas a responder tú misma, recordando aquella época de tus trece años, vivías en un pueblo en la sierra de Hidalgo. Papá te había abandonado a los cinco y Mamá trabajaba duro vendiendo cerca de la plaza del pueblo, en donde estaba el gran reloj.

En tu tiempo libre optabas por ir a jugar al campo, corrías por el monte y te gustaba escuchar el canto de los pájaros, pero en la tienda de Doña Otilia sucedía algo que te confundía demasiado. Dentro de la misma vendían aguardiente, pulque, telas, abarrotes, ataúdes y herramientas para trabajar la tierra.

Pero lo que más sobresalía era aquel radio que siempre estaba encendido, de él emanaban distintas voces que narraban lo que pasaba en la capital. Al igual sonaban canciones que personas de distintos lugares dedicaban a sus amores recíprocos o contrariados.

Al terminar de escuchar ese aparato nacía en ti cada vez una ilusión que crecía en la medida que tu imaginación y sueños te permitían.

Imaginabas que un día irías a la capital y conocerías el lugar de donde provenían aquellas voces.

Para ti la capital era un sitio de ensueños, siempre pensabas que era un lugar en donde no se sufría, muy limpio, en donde no se enlodaban los huaraches, las casas estaban cerca unas de otras, la comida era variada, las personas eran buenas, que al ir a la capital podrías trabajar y ganar mucho dinero.

Todo esto lo llegaste a pensar por los siguientes dos libros: Español y Ciencias Sociales, que tenías en tercero de primaria.

Después de cursar tercero de primaria ya no era posible continuar con los estudios en el pueblo.

Una tarde un hombre joven se te acercó, cuando pastoreabas ovejas allá en el monte. Tenías miedo, ya que casi no hablabas con desconocidos, pero te inspiró confianza. Él empezó a decirte lo hermosa que eras, también te pregunto si podían ser amigos, a lo cual respondiste que sí.

De regreso a casa no podías dejar de pensar en aquellos ojos negros profundos, en esa sonrisa y amabilidad que te había brindado.

Llegando a casa quieres contarle a Mamá, pero ella solo se limita a moler el nixtamal, ni siquiera se toma la molestia de mirarte o preguntar sobre tu día.

Al día siguiente te levantas y bajas del tapanco en donde duermes, sales de casa rumbo a la vereda donde pastoreabas a tus ovejas, estás sentada en una piedra mirando el verde esmeralda de las milpas y la brecha del humo que sale de las chozas de zacate.

Después de un rato aparece aquel joven. Se miran durante un tiempo para continuar la plática. Le preguntas su nombre; él responde: - Me llamo Crisóforo.

Sus encuentros se empezaron a dar de manera seguida, lo encontrabas en distintos lugares que frecuentabas, fue inevitable que aquella amistad rápidamente se convirtiera en amor.

En el pueblo no había luz, así que a medida que la relación de ambos cambió los encuentros eran planeados y ya no una mera casualidad. Esperaban cada noche para reunirse en la vereda o en algún monte cercano. Experimentaste tu primer beso en medio de la oscuridad. Aquel sentimiento inexplicable que comenzabas a sentir inundaba todos tus pensamientos. Tu amado aparecía en todo momento e incluso entre sueños.

En una de sus reuniones secretas te confesó que él provenía de la capital, contó todo aquello que sabía de su lugar de origen, quedaste maravillada. Te propuso llevarte a vivir a su lado a la capital, dudaste de su propuesta, pero te dijo que si te decidías te esperaba en el reloj del centro del pueblo cuando se guardara el sereno del día siguiente.

Al regresar a casa, como de costumbre, no había nadie. Tu estómago vacío. miraste tus pies llenos de estiércol de las ovejas y al final tu decisión no fue tan difícil de tomar.

Tomaste tus dos mudas de ropa y te marchaste, sin siquiera pensar en Mamá. Llegaste al punto acordado antes de que se metiera el sereno.

Tenías tantas esperanzas y amor por ese hombre que no te importó abandonar todo lo que conocías. Durante el camino todo parecía ir bien. Llegaron a la capital, pudiste ver a toda clase de personas, carros, vendedores y también a más personas con radios.

Caminaron por varias calles del centro de la capital, pero aquel hombre te llevó por muchas calles, hasta que paró en una. Le preguntaste si en esa calle estaba su casa, él solo te respondió: - Esta es la calle de la soledad.

Entraron a una casa con muchos cuartos, tiempo después supiste que se llamaba vecindad. Al entrar a ese cuarto pensaste que ahora él sería tu esposo y tú su mujer, pero comenzó a tocarte el cuerpo de una manera extraña. Eras tan inexperta que sentiste mucho miedo, dado que no sabías qué estaba pasando. Tu amor por él era tan grande que incluso llegaste a pensar que está bien lo que pasó.

Después de que acabara de tocarte te empezaron a brotar lágrimas, ningún abrazo o beso en la boca sucedió al término de ese acto, seguidamente tu cuerpo te dolió.

Pese a eso te levantaste enseguida para prepararle algo de comer, lo que más deseabas en este mundo es que él te amara tanto como tú lo amabas.

Pronto, aquella felicidad que pensabas tener se esfumaría. En quien confiabas solo era un monstruo disfrazado de humano.

Más adelante empezó a golpearte. Tú lo soportabas porque pensabas que estarías sola. Hasta que llegó ese momento tan infortunado: te obligo a ponerte un vestido corto y zapatillas altas.

Te puso en una esquina y te dijo que esperaras, que los clientes no tardaban. Tenías muchas dudas, pero tomaste valor para preguntarle: - ¿Qué clientes? A lo que se limitó a responder: - Solo tienes que abrir las piernas, así como lo haces conmigo. Te darán dinero por eso, todo lo que ganes me lo tienes que dar.

Empiezas a enojarte, le dices que jamás podrías estar con un hombre que no fuese él. Miras que empieza a reírse a carcajadas, quedas confundida.

Él te dice aquella verdad cruda y llena de realidad de tu presente: eras una niña estúpida que creyó en todas mis mentiras, solo te traje aquí para ganar dinero, no eres más que una vaca de la cual puedo servirme.

Comienzas a llorar, tus ojos denotan desilusión, te duele el pecho, todo aquel amor se empieza a desvanecer, el aire te falta, no encuentras respuestas.

Así comenzó tu nueva vida. Ya no eras Seferina sino Raquel, para quien requiriera tus servicios. Todos esos sueños que tenías se hicieron trizas.

Han pasado los años y has complacido las bajas pasiones de muchos hombres, pero siempre siguiendo la dinámica de la primera noche: giras tu cara a la pared del hotel, mientras tu cuerpo está desnudo y está siendo usado por alguien. Ya no puedes llorar, puesto que las lágrimas se te han secado al igual que las ganas de vivir.

Cometiste el error de volver a enamorarte, pero ahora fue de un cliente frecuente, el cual te abrazaba después de tocarte, esperabas ansiosa cada noche para brindarle servicio. Hasta que un día dejó de ir, imaginaste que tal vez se casó, tuvo hijos y realizó todo aquello con lo que antes soñabas.

Un buen día tu verdugo, el que te llevó a esa vida y te manejó hasta los treinta, murió a causa de una pelea en la calle, fue apuñalado. En el momento que te enteraste de su muerte una extraña sensación de felicidad irradiaba en ti. Ahora eras libre, pero pensabas que no podrías hacer alguna otra cosa. Seguiste con la chamba, la moneda se devaluó y ya casi no te alcanza para nada.

El tiempo transcurrió. Estás sentada en la fuente de aquella plaza, terminaste de responderte a ti misma sobre dónde había iniciado todo. Ahora tienes cincuenta, ya casi no tienes clientes. Y vives en un cuartito pequeño, estás sola, por las noches te agarra el sentimiento y lloras por todos tus sueños rotos.

Hoy parecía que no habría ningún cliente, pero se te ha acercado uno, tiene unos cuarenta, te lleva al motel, haces lo que te pide. Después de satisfacer sus necesidades sexuales, empiezas a cobrarle, a lo cual él se niega. En un ataque desenfrenado lleno de ira aprieta tu cuello, rápidamente tus ojos empiezan a perder el brillo de la vida, tus respiraciones se acortan, en tu mente recuerdas toda esta historia, tus ojos se cierran, tu respiración se va, el último recuerdo de tu mente es aquella vereda. Al lado tuyo están tus ovejas, te sientas en una roca y miras al cielo.

Tu cuerpo desnudo cansado y gastado con marcas de ahorcamiento en el cuello yace en esa cama. Él se limita a bajar las escaleras de la habitación del motel para preparar la cajuela de su carro, prosigue a cargar tu cuerpo y ponerlo en ese lugar. Conduce durante mucho tiempo pensando en dónde abandonar tu cuerpo, hasta que estaciona el carro, vigila que nadie lo esté viendo, toma tu cuerpo de la cajuela y lo tira en ese lugar.

La noticia del hallazgo de tu cuerpo figura en la crónica roja de la prensa local: “Encuentran cadáver flotando en canal de aguas negras en Ecatepec”.

Nadie reclama tu cuerpo, las autoridades encargadas de buscar a familiares no hacen ni el intento por hacerlo, al final tu cuerpo termina en una fosa común con otros.

Para esta sociedad con doble moral, que crítica e ignora la existencia de este trabajo, es como si nunca hubieses existido, es como si tu vida e historia no tuvieran el mismo peso o valor que la de los demás.

Te evoco en mi mente, puedo verte a los trece con el vestido lila hasta la rodilla y tus huaraches que te regaló tu mamá en tu doceavo cumpleaños. Giras a verme, sólo sonríes, tus ojos vuelven a tener brillo, mientras con tu mano derecha me haces una señal de adiós.

Mientras cuento tu historia, algunos prestan atención. Otros, tal vez... o solo les es indiferente. Pero todos esperan las cero horas del día siguiente para despertar y vivir en el México moderno.